La historia tiene como escenario al mundo del ajedrez y sus competencias. Luego de una escena inicial ambientada en los años 60, la narrativa retrocede en el tiempo para mostrarnos a Beth, una niña de corta edad que es enviada a un orfanato luego de que su madre muriera. Allí aprende a jugar al ajedrez en el sótano, a escondidas de las autoridades y bajo la tutela de un empleado de mantenimiento, que le enseña desde lo más básico hasta jugadas complejas.
La narrativa avanza y Beth supera a ese primer maestro, a varios estudiantes avanzados de un club de ajedrez y a todo aquel que se siente del lado opuesto del tablero. Años más tarde, cuando es adoptada por un matrimonio y deja el orfanato, Beth se adentra en el mundo de los torneos de ajedrez, donde comienza a ganar competencias y a hacerse de un nombre propio.
Sorprende agradablemente que no se insista mucho con ese sesgo ideológico de corrección política que caracteriza a las producciones contemporáneas y particularmente a Netflix. Lo que aparece es limitado y no constituye el centro de la escena. Es más una historia de crecimiento y aprendizaje, de adicciones y excesos, de búsqueda de una identidad y un sentido en la vida.
La serie es la adaptación de la novela del mismo nombre escrita por Walter Tevis. Y Anya Taylor-Joy (aquí hablando en español con acento argentino), que personifica la versión adolescente y adulta de Beth, es la estrella indiscutible de la serie.
