La historia transcurre en un pueblo escocés y está protagonizada por dos parejas, amigas entre sí. El matrimonio Kendrick, compuesto por Tom y Kate, y la pareja conformada por Steve y Jess. En apariencia todo es ideal, pero en ambos casos hay problemas. Puertas adentro, Tom es controlador y Kate sufre de depresión, mientras que Jess tiene dificultades en concebir hijos. El evento trágico que pone la trama en movimiento es un incendio en casa de los Kendrick, en el que fallecen Kate y las pequeñas hijas del matrimonio, y del cual solamente Tom sale con vida. Si bien en un primer momento parece ser un incendio intencional provocado por Kate, durante la investigación Tom resulta el principal sospechoso.
Podemos decir a favor de la serie que es breve -cuatro episodios- y mantiene el suspenso hasta el final. Un aspecto interesante de la trama tiene que ver con el contexto social, con explorar cómo reacciona un pequeña comunidad. Primero ante un hecho trágico y luego ante la sospecha de un crimen horrendo.
Nuestra principal crítica, sin embargo, tiene que ver con que es el tipo de series que manipula al espectador más de lo normal a partir de lo que aquí caracterizamos habitualmente como corrección política, pero que también recibe el nombre de justicia social, marxismo cultural o ingeniería social. En este tipo de series se da preeminencia a determinados personajes y se presentan ciertos hechos bajo una luz muy particular. Así, por ejemplo, las infidelidades de Tom con las amigas de Kate parecen ser su exclusiva responsabilidad, no una culpa compartida con sus contrapartes femeninas, que si bien traicionan a su amiga sólo son representadas como víctimas incautas que caen en las garras de un mujeriego frío y calculador.
Esta mirada se desprende de la idea que sostiene el feminismo radicalizado, según la cual las mujeres han sido históricamente oprimidas por un supuesto patriarcado y hoy en día son víctimas de una masculinidad definida como tóxica. En la serie esta idea es evidente y ha sido reconocida por los guionistas como parte de su propuesta. Además de mujeriego y manipulador, Tom es obsesivo y controlador. Su madre y las dos protagonistas femeninas son víctimas que, como señalamos anteriormente, son caracterizadas como indefensas. Steve, por su parte, también es mostrado como alguien dispuesto a correrse de los límites morales sin demasiado inconveniente ante determinados hechos. Por último y en consonancia con esta necesidad de corrección política en los guiones, las parejas birraciales como la de Steve y Jess ya constituyen un denominador común obligado en las series, tanto británicas como estadounidenses.
Según sus creadores, Deadwater Fell apunta a señalar una verdad incómoda: que los monstruos están entre nosotros y pueden ser nuestros vecinos. Los guionistas afirman que la historia intenta poner de manifiesto la coerción y manipulación propias de esa masculinidad tóxica. Pero tal como está presentada, teniendo en cuenta la caracterización de los personajes, algunas escenas forzadas y la absurda explicación final de las razones por las que se cometió el crimen, esa idea no se desprende de la trama, que no es del todo coherente y hace un poco de agua, sino de la particular mirada que tienen los guionistas.
No intentamos negar que este tipo de personas y circunstancias existan, ni tampoco desestimar el desarrollo de las sociedades respecto de sus ideas, sino en señalar que este tipo de series son la puesta en escena de una visión sesgada de la realidad que no tiene que ver con las características tradicionales del arte y el mundo del entretenimiento, sino con la propagación de una ideología que ha tomado por asalto ciertos sectores de la población y de la discusión pública. Deadwater Fell no es ni por asomo el caso más extremo que hemos visto, pero representa fielmente que en el mundo de las series el antiguo arte de contar historias está pasando cada vez más a un segundo plano.
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