True Detective: el regreso de la serie pródiga

True Detective tuvo una primera temporada que dejó encantados a críticos y espectadores. Se trataba de una historia que combinaba con excelencia pocas veces vista en la ficción televisiva un crimen en una zona rural plagada de predicadores y miseria, un detective propenso a la filosofía con una mirada pesimista sobre la existencia humana, y los costados siniestros que la naturaleza humana es capaz de alcanzar.

La historia se centraba en un crimen macabro con características rituales, pero su contexto geográfico y social la hacía aún más atractiva. Una zona rural en la que los predicadores de estilo evangélico se veían atraídos como moscas hacia la vulnerabilidad intelectual y social de sus habitantes, personajes con debilidades humanas y diversos grados de moralidad, y una miseria aplastante, que teñía la vida de las personas comunes con privaciones de todo tipo. Otro de los elementos que hacían muy atractiva la serie era la filosofía personal de su protagonista principal, el detective Rustin Cohle (Matthew McConaughey). Escéptico y pesimista, Cohle era un antinatalista que no se sentía cómodo ni con el mundo que lo rodeaba ni con la existencia humana, a la que consideraba poco más que una trampa sin sentido.

Con esos antecedentes y a pesar de que se trataba de una historia distinta con otros personajes, la segunda temporada concitó una expectativa razonable. Una expectativa que, sin embargo, se vio defraudada por un guión pobre y mal ejecutado que dejó insatisfechos a propios y ajenos. Después de ese fracaso, HBO y Nic Pizzolatto -creador y guionista de la serie- se tomaron su tiempo para volver con esta tercera temporada. Y si bien la primera temporada había dejado la vara demasiado alta y acaso sea imposible superar el impacto que provocó en su momento, la espera en buena medida valió la pena.

En esta tercera temporada nos encontramos con una desaparición envuelta en misterio. Un caso que va acarreando distintas tragedias y se divide en tres líneas temporales. Al igual que en la primera temporada, hay elementos que hacen sospechar una posible conexión con rituales paganos. Uno de los dos detectives asignados al caso, Wayne Hays (Mahershala Ali), el personaje principal en quien se centra la historia, es un veterano de guerra que no sólo ha visto mucha violencia, sino que también la ha llevado a la práctica. Tiene una relación tan intensa como enfermiza con su mujer y el caso lo ha afectado tanto en lo personal como en lo profesional. Su relación con Roland West (Stephen Dorff), su compañero de trabajo, tiene reminiscencias al antagonismo que mantenía la pareja de detectives que protagonizaba la primera temporada. El caso que investigan también está signado por un contexto de pobreza y, al igual que en la primera temporada, se sospecha que personas poderosas tienen intereses en que nunca se sepa la verdad de lo sucedido.

Estando ya retirado, Hays tiene problemas de memoria y tiene visiones que parecen indicar los primeros síntomas de demencia. Confrontado con una documentalista que investiga el caso, tiene problemas para recordar algunos detalles y hay otros que seguramente preferiría olvidar. Si bien el final se va anticipando, el misterio termina revelándose en su totalidad en el último episodio. Es una resolución que responde muchos interrogantes, señala la mezquindad de muchas de las personas involucradas y cierra algunos círculos y heridas abiertas. Sin embargo, no es un final que haya dejado satisfechos a todos los espectadores. Es una historia atrapante y está muy bien narrada, pero hay varios elementos que escapan a toda lógica. Entre otras cosas, podemos señalar lo que sucede en el bosque con el hermano desaparecido y la manera en que se revela el detalle final del caso, con una alucinación que Hays tiene de su esposa explicándole algo de lo que él no se había dado cuenta.

La historia no tiene toda la complejidad de la primera temporada y hay muchos paralelismos en algunos detalles, como si se quisiera repetir una fórmula que asegure el éxito. Además de los que ya señalamos, podemos mencionar también que en ambos casos el protagonista principal arrastra un pasado difícil, hay un detective soltero y otro en pareja, quien está en pareja tiene una relación difícil con su mujer y uno de sus hijos aparece en un momento envuelto en una situación sexual un tanto reprobable. En ambos casos el principal sospechoso es identificado por un defecto físico, hay una urgencia de los oficiales superiores por cerrar la investigación o traspasar el caso y ambas parejas de detectives cometen lo que podríamos llamar un acto indebido durante su investigación. Además, en ambos casos la investigación acarrea consecuencias profesionales para el protagonista principal de la serie, pero no para el otro detective.

Pero más allá de estas críticas, se trata de un regreso con moderada gloria, porque también hay un paralelismo que podemos destacar como positivo. Tanto la primera como la tercera temporada de True Detective remiten a historias trágicas con personajes de complejidad humana y psicológica diversas. Algunos de ellos de moral muy cuestionable; otros que simplemente tienen fallas de carácter; y otros que intentan hacer lo mejor que pueden con lo que son y lo que tienen, en un mundo hostil e injusto, que se empecina en ir en una dirección distinta a la de sus aspiraciones.

 


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